Hace ya unos meses hice referencia a una pregunta que mi hijo mayor me hizo al contarle el cuento de los 3 cerditos sobre por qué no todos hacían las casas bien, planificadas, y tomando su tiempo… (y lo mismo con las finanzas).
Pues bien, hoy os traigo otro cuento que también le encanta y del que poco a poco va descubriendo el verdadero significado, el de la Tortuga y la Liebre.
En varias de las reuniones de planificación financiera que tengo, por suerte no en todas, veo que hay personas que se dejan arrastrar por la tendencia que hay en la sociedad con querer tenerlo todo YA, de forma inmediata, con prisas, y si no lo consiguen se frustran y dejan las cosas a medio.
Esto pasa con querer tener el iphone o la televisión de última generación, con querer irse de vacaciones sin tener el dinero ahorrado pidiendo un crédito, …con comprar los turrones en octubre, o con querer “hacerse” rico en un abrir y cerrar de ojos.
En el cuento de la tortuga y la liebre en versión economía familiar pasa lo mismo, y es que, en cuestión de ahorros, el tiempo y la constancia son más importantes que las prisas.
Veamos el cuento:
Érase una vez un bosque encantado donde vivían una liebre muy rápida y una tortuga muy sabia. Ambos eran amigos, pero tenían enfoques muy distintos sobre las finanzas. La liebre siempre gastaba su dinero en caprichos y diversión, confiando en que siempre podría ganar más dinero de forma rápida gracias a su velocidad. Por otro lado, la tortuga, aunque más lenta, era cuidadosa y siempre ahorraba una parte de sus ganancias.
Un día, decidieron organizar una carrera para ver quién podía acumular más riquezas en un año. La liebre, llena de confianza, pero impulsiva, se lanzó a invertir en proyectos arriesgados, convencida de que sus habilidades le permitirían recuperar cualquier pérdida en un abrir y cerrar de ojos. La tortuga, en cambio, eligió invertir en productos más seguros que le ofrecían un rendimiento que era lento pero constante.
A medida que pasaban los meses, la liebre, distraída por sus compras compulsivas y sin planificar, comenzó a ver cómo sus inversiones arriesgadas no iban del modo que había previsto, y muchas de ellas se desvanecían con la misma rapidez con la que las había hecho. Mientras tanto, la tortuga seguía trabajando con paciencia y dedicación, reinvirtiendo sus ganancias y ahorrando con prudencia.
Al final del año, la liebre se sorprendió al darse cuenta de que había gastado la mayoría de sus riquezas en caprichos, viviendo por encima de sus posibilidades, y que había perdido gran parte de sus inversiones. La tortuga, con su enfoque metódico y su constancia, había acumulado una fortuna mucho mayor, gracias a sus decisiones financieras bien planificadas.
La liebre, aunque sorprendida, aprendió una valiosa lección: no siempre se trata de la velocidad con la que se gana dinero, sino de cómo se gestiona y se invierte. Es decir, no se trata tanto del dinero que se gana, si no del que queda ahorrado e invierte bien.
Desde ese día, decidió aprender de su amiga la tortuga, y juntos, comenzaron a compartir conocimientos sobre finanzas, combinando la rapidez de la liebre con la sabiduría de la tortuga.
Y así, en el bosque encantado, ambos se convirtieron en buenos maestros de las finanzas, enseñando a otros que, con paciencia y buen juicio, todos podían alcanzar sus objetivos financieros.
Fin de la historia
Es cierto que hay inversiones para el corto plazo muy interesantes y seguras, y son una opción muy buena si se ajustan a tus objetivos, pero siempre es recomendable pensar en el largo plazo, fijar unos objetivos claros, y seguir un plan para conseguirlos.
En finanzas personales hay que tener la Agilidad de la Liebre y la Mentalidad de la Tortuga.
Si ya tienes un plan financiero bueno, genial, síguelo. Que lo quieres revisar, me lo dices y lo miramos. Y si no lo tienes, pues nos ponemos manos a la obra y lo hacemos.